Se ha corroborado científicamente que la nutrición desempeña un papel fundamental en la regulación de los patrones de sueño. Estudios recientes indican que lo que comemos no solo nos proporciona energía para el día a día, sino que también puede incidir positiva o negativamente en nuestras horas de descanso nocturno.
Según investigaciones, las dietas con bajo contenido en fibra, altas en grasas saturadas y con excesiva azúcar se asocian a un sueño menos reparador. Por otro lado, la ingesta insuficiente de grasas, carbohidratos o proteínas podría acarrear dificultades para conciliar el sueño o una disminución en la calidad del mismo. Sustancias como la cafeína y el alcohol también juegan un papel disruptivo en la calidad del sueño, especialmente si se consumen en las horas previas al descanso.
Otro componente interesante en esta relación es la presencia de aminoácidos como el triptófano, presente en ciertos alimentos, el cual se ha vinculado a una mejora en la calidad del sueño. No obstante, se necesita mayor investigación para establecer con claridad el impacto directo que tienen los hábitos alimenticios sobre nuestro descanso nocturno.
Por otro lado, patrones de sueño deficientes pueden influir directamente en la manera en que se alimenta una persona. Descansos inferiores a las siete horas recomendadas para adultos podrían incrementar la sensación de hambre y hacer que alimentos ricos en azúcares y grasas sean más apetecibles, derivando en un consumo excesivo. Además, la falta de sueño podría disminuir la capacidad del cuerpo para procesar el azúcar incrementando el riesgo de obesidad, diabetes tipo 2 y problemas cardíacos.
Cabe destacar que, aunque se necesitan más estudios, consumir alimentos con propiedades de inducción al sueño, como aquellos que contienen triptófano, vitaminas esenciales, melatonina o serotonina, podría resultar beneficioso para algunas personas.
En contraposición, determinados estudios demuestran que ciertos alimentos, bebidas y hábitos alimenticios podrían conducir a un sueño de menor calidad o a una disminución en la cantidad de sueño. Dietas con alto contenido en azúcares y carbohidratos se han asociado con un descanso nocturno alterado. Omitir comidas o la tendencia a picotear entre horas o después de la cena podría también disminuir la calidad y cantidad de sueño.
Para aquellos interesados en optimizar su dieta para mejorar la calidad del sueño, es recomendable consultar con un médico o nutricionista registrado. Ellos pueden ofrecer asesoramiento personalizado y orientación para satisfacer las necesidades nutricionales específicas de cada individuo.
La digestión continúa durante el sueño, aunque su ritmo es más lento. Este hecho podría explicar por qué la mayoría de las personas tienen movimientos intestinales durante el día y por qué la acidez estomacal suele ser más común en la noche.
También se ha observado que la tasa metabólica basal disminuye durante el sueño pero aumenta durante la fase de movimiento ocular rápido (REM), lo cual indica que incluso en reposo, nuestro cuerpo sigue regulándose y respondiendo a nuestras prácticas dietéticas.
La relación entre la salud del sueño y el control de peso es otro aspecto a destacar, donde mantener un sueño adecuado podría asociarse con la pérdida de peso y grasa corporal. Por contraposición, un sueño insuficiente podría contribuir al aumento de peso. Además, la obesidad aumenta el riesgo de apnea del sueño obstructiva y la desregulación de los horarios de las comidas pueden afectar los ritmos circadianos, agravando los síntomas de trastornos del ritmo circadiano del sueño.
Fuente: www.sleepfoundation.org
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